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Es alentador observar este compromiso global y más amplio con la sostenibilidad. Reconocer que el desarrollo sostenible constituye tanto un reto como una necesidad para los países en desarrollo y los países desarrollados es ciertamente un paso en la dirección correcta.
En este contexto, el objetivo general del 7º Programa general de acción en materia de medio ambiente de la Unión Europea sigue la línea marcada por los ODS: «En 2050 vivimos bien, respetando los límites ecológicos del planeta». Son muchas las medidas adoptadas en la UE para alcanzar esta meta. Sin embargo, el carácter global de nuestra economía y de nuestro medio ambiente hace difícil que países aislados o grupos de países actuando conjuntamente (como la UE) puedan resolver por sí solos los problemas medioambientales. Las emisiones de gases de efecto invernadero, por ejemplo, independientemente de dónde se produzcan, contribuyen a las concentraciones atmosféricas globales, causando efectos lejos de la fuente, y potencialmente lejos en el tiempo.
Sin un esfuerzo global y una transición a una auténtica sostenibilidad, corremos el riesgo de poner en peligro el bienestar y la calidad de vida en todo el planeta. Nuestro informe «El medio ambiente en Europa: Estado y perspectivas 2015» (SOER 2015) revela que las pautas de producción y consumo actuales mejoran nuestra calidad de vida pero, paradójicamente, al mismo tiempo la ponen en riesgo.
El informe SOER 2015 señala igualmente que hay indicios de que nuestras economías se aproximan a los límites ecológicos del sistema en el que están inmersas, y de que comienzan a hacerse patentes algunos de los efectos de las limitaciones de recursos físicos y medioambientales. Las estimaciones existentes indican que el consumo mundial total excede la capacidad regenerativa del planeta en más de un 50 %. En otras palabras, consumimos más de lo que nuestro planeta puede producir en un determinado período sin debilitar su capacidad productiva.
Algunas megatendencias mundiales constituyen un motivo de preocupación añadido. Hoy día, de una población mundial total de 7 000 millones de personas, se consideran consumidores de clase media menos de 2 000 millones . Para el año 2050 se espera que el número de habitantes alcance los 9 000 millones y, de ellos, más de 5 000 millones pertenecerán a la clase media. Es probable que este crecimiento vaya acompañado de una intensificación de la competencia mundial por los recursos y de una presión cada vez mayor sobre los ecosistemas.
La utilización de materiales a escala mundial podría duplicarse para el año 2030. Las proyecciones de la demanda mundial de energía y agua prevén un aumento de entre el 30 % y el 40 % en los próximos veinte años. Del mismo modo, las proyecciones de la demanda total de alimentos, piensos o fibras auguran un crecimiento de un 60 % de aquí a 2050.
La progresiva escasez de recursos y la creciente competencia ya están suscitando inquietud sobre el acceso a los recursos clave. La creciente preocupación sobre la seguridad en el abastecimiento de alimentos, agua y energía han fomentado las adquisiciones transnacionales de terrenos en los últimos cinco a diez años, principalmente en los países en desarrollo.
La Unión Europea es un destacado protagonista global como productor y como consumidor. Para la mayoría de los países europeos, las «huellas ecológicas» superan sus respectivas superficies biológicamente productivas («biocapacidad») disponibles. Por otro lado, dado el comercio de la Unión con el resto del mundo, una proporción considerable de las presiones medioambientales ligadas al consumo en la UE se hace sentir fuera de su territorio. Además, en la última década ha aumentado la proporción de huella ecológica de la demanda de la UE que se ejerce fuera de sus fronteras en el caso del suelo, el agua y el uso de materiales, así como de las emisiones atmosféricas.
Durante los últimos años, se han estructurado las cuestiones medioambientales mundiales en torno a puntos de no retorno, límites y vacíos. Sin embargo, las sociedades, las economías, los sistemas financieros, las ideologías políticas y los sistemas de conocimiento no logran reconocer o incluir de forma rigurosa la idea de las fronteras o los límites del planeta. Ahora bien, nuestro planeta dispone de cantidades limitadas de recursos clave como el agua y la tierra.
En un sistema económico global, limitado por la escasez de recursos y confrontado a escala mundial con el crecimiento de la demanda y la degradación medioambiental, la única opción viable es una economía verde que haga un uso eficiente de los recursos. La transición a una economía verde conlleva cambios fundamentales en la forma de producir y de consumir los productos y servicios, de construir las ciudades, de transportar a las personas y las mercancías, de cultivar los alimentos, etc.
Las políticas en pro de una economía verde no deben considerarse entorpecedoras o costosas. Antes al contrario, pueden convertirse en oportunidades. Muchos sectores económicos europeos ya han logrado reducir la demanda de materiales y las emisiones o romper el vínculo entre crecimiento económico y emisiones. Por ejemplo, la industria medioambiental creció más de un 50 % entre los años 2000 y 2011. Es uno de los pocos sectores de la economía que ha arrojado cifras positivas desde que se inició la crisis financiera en 2008.
Análogamente, el aumento de la población y la creciente competencia por los recursos pueden verse también como fuerzas capaces de provocar el necesario cambio sistémico. Para adaptarnos a ellos, podemos comenzar por construir en todo el mundo ciudades que se ajusten a una buena ordenación territorial, cuyos sistemas clave, como la energía, la movilidad y el transporte, no ejerzan presiones sobre el capital natural y que se acerquen lo más posible al objetivo de «cero carbono» y «cero residuos».
Hans Bruyninckx
Director Ejecutivo de la AEMA
Editorial publicado en el número 2015/3 del Boletín de la AEMA, septiembre de 2015
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