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Europa sigue perdiendo biodiversidad a un ritmo alarmante y muchas de sus especies, hábitats y ecosistemas están amenazados por la agricultura intensiva, la expansión urbana, la contaminación, la silvicultura insostenible, las especies exóticas invasoras y el cambio climático. Evaluaciones recientes de la Agencia Europea de Medio Ambiente muestran que la mayoría de las especies y hábitats protegidos no tienen, en la actualidad, un buen estado de conservación.
Estas pérdidas no ocurren solo en Europa. La pérdida de biodiversidad y la degradación de los ecosistemas son un fenómeno mundial. Por eso, al observar esta pérdida y trabajar para ralentizarla, detenerla y finalmente revertirla, nos enfrentamos al reto de comprender, e incluso cuantificar, el valor de la naturaleza. Esto ayudará no solo a tomar las decisiones personales, empresariales y políticas correctas, sino también a comprender mejor el lugar que como seres humanos ocupamos en la naturaleza. ¿Cuál es el valor de la naturaleza?
Como seres humanos, la naturaleza no tiene precio para nosotros. Al fin y al cabo, la naturaleza proporcionó los elementos básicos de la vida y el entorno necesario para que el Homo sapiens evolucionara hace al menos 300 000 años. Si avanzamos hasta hoy en día, seguimos sin poder vivir sin la naturaleza. De hecho, puede que dependamos más que nunca de unos ecosistemas sanos y resilientes para garantizar el bienestar a largo plazo de un número (todavía) creciente de habitantes en el mundo.
La atmósfera, los bosques, los ríos, los océanos y los suelos nos siguen proporcionando el aire que respiramos, los alimentos que comemos, el agua que bebemos y las materias primas que consumimos, así como espacios de recreo y recuperación. Esto suele describirse como el valor de uso de la naturaleza.
© Gabriella Motta, REDISCOVER Nature /EEA
En este contexto, se han realizado esfuerzos para adjudicar un valor monetario a este «capital natural», de modo que podamos enmarcar los «servicios ecosistémicos» que proporciona dentro de nuestros modelos económicos actuales. De hecho, la Estrategia de la UE sobre la biodiversidad de aquí a 2030 señala que más de la mitad del producto interior bruto mundial –unos 40 billones EUR– depende de la naturaleza.
Sin embargo, el panorama es complejo. Algunos servicios ecosistémicos son más tangibles y relativamente fáciles de cuantificar, como los cultivos, la pesca y la madera, pero no sucede lo mismo con otros servicios. ¿Cómo se puede contabilizar con precisión el valor de la polinización para la agricultura o la protección que los humedales brindan contra las inundaciones? La comprensión y la contabilización adecuada de los servicios ecosistémicos menos visibles es crucial.
Pero el valor de la naturaleza va más allá de los servicios directos que nos proporciona. La naturaleza también tiene un valor cultural, ya que constituye el entorno de nuestra existencia como humanos y proporciona las condiciones necesarias para una buena salud física y mental, así como para el bienestar emocional y espiritual.
Pero esto no es todo. Reconocer el valor de uso y el valor cultural de la naturaleza, suena muy egocéntrico y corremos el peligro de centrarnos exclusivamente en los beneficios que tiene para nosotros como seres humanos en el aquí y el ahora. La naturaleza tiene un valor intrínseco por derecho propio, en el que la participación del ser humano se limita a su custodia, con una responsabilidad ética hacia la propia naturaleza, nuestra propia sociedad y, en particular, hacia las generaciones futuras.
Este triple enfoque es una forma de entender el valor de la naturaleza: el valor de uso, el valor cultural y el valor intrínseco.
Sin embargo, tendemos a dar por sentado que la naturaleza es un recurso «gratuito» del que podemos tomar no solo aquello que necesitamos sino también aquello que queremos. Por ello, comprender y reconocer el verdadero valor de la naturaleza es más importante que nunca. Aunque pueda parecer contradictorio, el hecho de adjudicar un valor monetario a la naturaleza, su medición y contabilidad es una forma de apreciar los beneficios directos e indirectos que obtenemos de ella. También puede ayudarnos a elegir los mejores enfoques para abordar la degradación, entendiendo, por ejemplo, que es mucho más barato proteger la naturaleza en primer lugar, que restaurarla después, en el caso de que esta posibilidad existiera.
A medida que somos más conscientes de la naturaleza finita de los recursos naturales, y de las crecientes demandas que estamos imponiendo al mundo natural, debemos encontrar formas de vivir con arreglo a los medios de nuestro planeta. Los avances tecnológicos y el crecimiento de la población, sobre todo en los últimos cien años, han llevado a que el Homo sapiens domine la cadena alimentaria y los recursos de la naturaleza. El daño que hemos causado en el camino está empezando a dominar nuestras perspectivas de bienestar futuro.
Restaurar la naturaleza –y, sobre todo, restaurar y reimaginar nuestra propia relación con ella– son retos fundamentales y urgentes en los próximos decenios.
Hans Bruyninckx
Director ejecutivo de la AEMA
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