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En las últimas décadas, han aparecido numerosas pruebas que confirman que las emisiones antropogénicas de gases de efecto invernadero están provocando un aumento de la temperatura media mundial. A su vez, este calentamiento global ha aumentado la gravedad y la frecuencia de los fenómenos meteorológicos extremos, ha elevado el nivel del mar y ha ejercido una presión sin precedentes sobre el entorno natural, la sociedad y la salud humana. El acuerdo de París, que se suma a la toma de conciencia y a la movilización por parte del público, consiste en un plan de acción global para poner al mundo en el camino para evitar el nocivo cambio climático, limitando el calentamiento global por debajo de 2°C y promoviendo esfuerzos con los que restringir aún más el aumento de la temperatura, hasta 1,5°C por encima de los niveles preindustriales.
Antes de la cumbre de París, los países presentaron su «contribución prevista determinada a nivel nacional» (CPDN), o ‘intended nationally determined contributions’ (INDCs) en inglés, en la que se resumía su compromiso por hacer frente al cambio climático. Pero las CPDN presentadas por 186 representantes no son suficientes para que el aumento de la temperatura media global permanezca por debajo de 2°C al final del siglo. Está claro que habrá que hacer mucho más para cumplir el objetivo a largo plazo, tanto en todo el mundo como en Europa. El acuerdo de París reconoce que hay que hacer más esfuerzos. Con este fin, los gobiernos han acordado reunirse cada cinco años para establecer unos objetivos más ambiciosos, según lo que determinen los conocimientos científicos.
Los países también han acordado comunicar los avances en el cumplimiento de sus objetivos, así como garantizar medidas de transparencia y supervisión. Un sólido sistema de transparencia y responsabilidad controlará el avance hacia los objetivos a largo plazo. El acuerdo de París también se centra en la solidaridad en la lucha frente al cambio climático. La Unión Europea y otros países desarrollados seguirán respaldando las acciones a favor del clima, para reducir las emisiones e incrementar la resistencia frente a los efectos del cambio climático en los países vulnerables y en desarrollo.
Las últimas previsiones de los Estados miembros de la UE, que se incluyen en nuestro informe Tendencias y previsiones en Europa 2015, muestran que la Unión Europea va camino de conseguir un descenso del 24 % en las emisiones de gases de efecto invernadero en 2020 con las medidas actualmente en vigor, así como un descenso del 25 % con las medidas adicionales que están planificando los Estados miembros. Sin embargo, nuestro análisis muestra también que para cumplir el objetivo de un descenso del 40 % en 2030 hay que aplicar nuevas políticas.
Europa tiene también que potenciar sus esfuerzos de adaptación. Ya existe una estrategia de adaptación de la Unión Europea para ayudar a los países a planificar sus actividades en este sentido y más de 20 países europeos han adoptado estrategias de adaptación nacionales. Según un informe reciente de la AEMA, la mayoría de los países afirman que los fenómenos meteorológicos extremos han provocado respuestas de adaptación. El segundo motivo al que más se alude para desarrollar políticas nacionales de adaptación son las políticas de la Unión Europea que incluyen la adaptación al cambio climático, seguido del coste de los daños y la investigación científica. Un informe de la AEMA que se ha publicado este año muestra que alrededor de 14 países tienen sistemas en vigor, o los están desarrollando, para monitorizar, comunicar o evaluar las políticas de adaptación nacionales.
Un elemento clave del acuerdo de París es la transición hacia una energía limpia, lo que exige que las inversiones se desvíen de los combustibles fósiles contaminantes hacia fuentes de energía limpia, en todo el mundo y también en Europa. Para esto es necesaria la implicación no solo de los países sino también de las ciudades, las empresas y la sociedad civil.
Los sistemas energéticos sin emisiones de carbono serán claramente un elemento clave dentro de estos esfuerzos globales por limitar y reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Pero estos esfuerzos se deben contemplar en un contexto en el que la vida se desarrolla dentro de los límites que nos ofrece nuestro planeta. En su 7º Programa de Acción Medioambiental, la Unión Europea define su objetivo a largo plazo: «En 2050, vivimos bien, respetando los límites ecológicos del planeta. Nuestra prosperidad y nuestro medio ambiente saludable son la consecuencia de una economía circular innovadora, donde nada se desperdicia y en la que los recursos naturales se gestionan de forma sostenible, y la biodiversidad se protege, valora y restaura de tal manera que la resiliencia de nuestra sociedad resulta fortalecida. Nuestro crecimiento hipocarbónico lleva tiempo disociado del uso de los recursos, marcando así el paso hacia una economía segura y sostenible a nivel mundial.»
Para abordar la cuestión de la sostenibilidad, es necesario un planteamiento que considere elementos básicos, como los alimentos, la energía, la movilidad o la vivienda, partes interrelacionadas de un conjunto. La mejor forma de conseguirlo es sin duda a través de una economía verde y circular.
Hans Bruyninckx
Director Ejecutivo de la AEMA
Editorial publicado en el número 2015/4 del Boletín de la AEMA, diciembre de 2015
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