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El sector agrícola consume un tercio de las reservas de agua en Europa. La agricultura influye tanto en la cantidad como en la calidad de agua disponible para otros usos. En algunas zonas de Europa, la contaminación provocada por plaguicidas y fertilizantes utilizados en la agricultura constituye, de por sí, una de las principales causas de la deficiente calidad del agua.
Nuestras empresas, nuestras pautas de vida y las necesidades personales derivadas del crecimiento demográfico también rivalizan con el entorno por el consumo del agua. El cambio climático añade a su vez un nuevo elemento de incertidumbre por lo que a la disponibilidad de recursos hídricos se refiere. Dados los cambios previstos en las pautas de precipitaciones, se espera que, en el futuro, ciertas zonas de Europa dispongan de mayores reservas hídricas que otras. Enfrentados a la creciente demanda y al cambio climático, muchos usuarios, sin excluir a la naturaleza, encontrarán dificultades para satisfacer sus necesidades hídricas. En caso de escasez, empresas y hogares pueden recurrir a estrategias para reducir el consumo de agua, pero nuestros ecosistemas hidrodependientes corren el riesgo de sufrir un daño irreversible. Ello no afectará solo a la vida alrededor de una determinada masa hídrica sino que nos afectará a todos.
La aplicación de unas prácticas agrícolas correctas y de unas soluciones políticas que las refrenden permitirá obtener importantes mejoras en la eficiencia hídrica de la agricultura, lo que se traducirá en mayor disponibilidad de agua para otros usos, en particular medioambientales.
La irrigación de los cultivos constituye un ámbito en el que las prácticas y las políticas pueden incidir sustancialmente en la mejora de la eficiencia. En los países del sur de Europa, como Grecia, Italia, Portugal, Chipre, España o la Francia meridional, las condiciones áridas y semiáridas imponen el uso de la irrigación, al cual se destina en dichas regiones casi el 80 % del agua utilizada en la agricultura.
Sin embargo, la irrigación no necesariamente tiene por qué comportar un consumo hídrico tan elevado. En toda Europa se obtienen ya mejoras de la eficiencia hídrica, bien mediante una mejor red de transporte del agua, lo que se traduce en un porcentaje más elevado de agua extraída que llega al campo, bien mediante su aplicación eficiente en el campo, donde se obtiene una relación más favorable entre el agua realmente utilizada para un cultivo y la cantidad total de agua aplicada. En Grecia, por ejemplo, se estima que la mejora de la eficiencia de las redes de transporte y distribución del agua ha permitido incrementar en un 95% la eficiencia hídrica respecto a los métodos de irrigación utilizados anteriormente.
La política juega un papel esencial a la hora de inducir al sector agrícola a adoptar unas prácticas de irrigación más eficientes. Anteriormente, las políticas de tarificación del agua en algunos países de Europa no obligaban necesariamente a los agricultores a una utilización eficiente del agua. Los agricultores rara vez tenían que pagar el precio real del agua, es decir, un precio que comprendía los costes medioambientales y los recursos asociados. Además, las subvenciones concedidas a la agricultura en el marco de la Política Agrícola Común de la UE (PAC), a la par que otras medidas, alentaban indirectamente a los agricultores a producir cultivos de elevado consumo hídrico utilizando técnicas ineficientes. Por ejemplo, en la provincia de Córdoba, la eficiencia en la irrigación del algodón aumentó casi un 40 % después de que las subvenciones se disociaran parcialmente de la producción de algodón en 2004. Mediante una estructura de tarificación del agua que favorezca a los usuarios eficientes y mediante la eliminación de subvenciones agrícolas desfavorables es posible reducir sustancialmente la cantidad de agua empleada para la irrigación en la agricultura.
Aparte la modificación de las técnicas de irrigación, también es posible obtener mejoras en la eficacia del agua y una reducción de los costes mediante programas de formación e intercambio de conocimientos que adiestren a los agricultores en el uso de prácticas hídricas más eficientes. Por ejemplo, en Creta, un servicio de asesoramiento en materia de irrigación ha permitido reducciones de entre el 9 y el 10 %. El servicio informa por vía telefónica a los agricultores sobre cuándo y cómo regar los cultivos en base a una estimación diaria de las condiciones de los cultivos.
La adopción de nuevas prácticas agrícolas puede, además, mejorar la calidad del agua disponible para otros usos de manera eficaz, también en términos de costes. Por ejemplo, utilizando fertilizantes y plaguicidas inorgánicos y orgánicos se pueden abordar muchos problemas de contaminación del agua provocados por la agricultura. Además, es posible mejorar mucho la calidad del agua en toda Europa, con poco o ningún impacto sobre la rentabilidad o la productividad, reduciendo, por ejemplo el uso de plaguicidas, modificando las rotaciones de cultivos y proyectando franjas de contención a lo largo de los cursos fluviales.
Mediante el uso de aguas residuales en la agricultura es posible disponer de mayores recursos hídricos para otras necesidades, como las medioambientales o los usos domésticos. Si la calidad del agua regenerada se gestiona adecuadamente, las aguas residuales depuradas pueden ofrecer una alternativa eficaz para satisfacer la demanda de agua en la agricultura.
El uso de aguas residuales depuradas para la agricultura ya está aportando sustanciosos beneficios en materia de gestión hídrica a algunos países europeos. Por ejemplo, en Chipre, los objetivos en materia de agua reciclada para 2014 equivalen aproximadamente al 28 % de la demanda de recursos hídricos en el sector agrícola durante 2008. En Gran Canaria, el 20 % del agua utilizada en todos los sectores procede de aguas residuales depuradas, incluida la irrigación de 5 000 hectáreas de tomates y 2 500 hectáreas de plantaciones de banana.
Para disponer en un futuro del agua necesaria para satisfacer las necesidades de nuestros ecosistemas, así como de recursos adecuados a las necesidades en términos de consumo, debemos formular paquetes de actuación política adecuados que favorezcan una mayor eficiencia. La Directiva marco sobre el agua de la UE (DMA) ha contribuido al logro de estos objetivos estimulando la introducción de cambios en las prácticas agrícolas que pueden mejorar tanto la cantidad como la calidad del agua en Europa, pero siguen siendo necesario un mayor desarrollo de la PAC y de las estructuras de tarificación de los servicios hídricos nacionales a fin de garantizar el apoyo a los objetivos de la DMA. El plan de actuación para la salvaguarda de los recursos hídricos en Europa, cuya publicación por parte de la Comisión está prevista para finales de este año, se centrará en la posibilidad de mejorar la eficiencia de los recursos hídricos y en las opciones de actuación correspondientes. Una mayor atención al uso eficiente de los recursos y a los servicios eco sistémicos dentro de la PAC beneficiará sin duda a la gestión de los recursos hídricos en la agricultura.
El uso más eficiente de nuestros recursos hídricos en la agricultura es solo una de las medidas que debemos adoptar para reducir nuestro impacto sobre el medio ambiente. De no adoptarla, no podremos cumplir el objetivo de una economía eficiente en función de los recursos ni construir un futuro sostenible.
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