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La escasez de agua ocupa cada vez más los titulares de las noticias en todo el mundo y ciertas ciudades —como Ciudad del Cabo, en Sudáfrica, y El Cairo, en Egipto— padecen ya o está previsto que padezcan graves problemas de escasez en el suministro de agua. Habida cuenta de la gran cantidad de ríos y lagos importantes repartidos por todo su territorio, podría parecer que a Europa no le afecta la escasez de agua o la tensión hídrica, pero no es así. Esto no es en absoluto así. De hecho, la tensión hídrica es un problema que afecta a millones de personas en todo el mundo, entre las que cabe incluir más de cien millones de personas en Europa.
Al igual que en otras muchas regiones del resto del mundo, las preocupaciones que suscitan la tensión hídrica y la escasez del agua también están aumentando en Europa, en el contexto de un mayor riesgo de sequía debido al cambio climático. En torno al 80 % del agua dulce consumida en Europa (para consumo humano y otros usos) procede de ríos y aguas subterráneas, lo que hace que estas fuentes sean extremadamente vulnerables frente a las amenazas que suponen la sobreexplotación, la contaminación y el cambio climático.
Como cualquier otro recurso vital u organismo vivo, el agua puede verse sometida a presión, especialmente cuando la demanda excede a la oferta o la mala calidad restringe su uso. Las condiciones climáticas y la demanda de agua son los dos factores clave que impulsan la tensión hídrica. Esta presión sobre el agua provoca un deterioro de los recursos de agua dulce en lo que atañe a la cantidad (sobreexplotación o sequía) y a la calidad (contaminación y eutrofización).
A pesar de la abundancia relativa de recursos de agua dulce en ciertas partes de Europa, la disponibilidad de agua y la actividad socioeconómica se distribuyen de manera desigual, lo que da lugar a importantes diferencias en los niveles de tensión hídrica a lo largo de las estaciones y en distintas regiones. La demanda de agua en Europa ha aumentado de manera constante a lo largo de los últimos 50 años, debido en parte al crecimiento de la población. Ello ha dado lugar a un descenso global de los recursos hídricos renovables por habitante cifrado en un 24 % en toda Europa. Este descenso es especialmente evidente en el sur de Europa, debido principalmente a los menores niveles de precipitaciones, según un indicador de la AEMA. Por ejemplo, en el verano de 2015, los recursos de agua dulce renovable (a saber, agua subterránea, lagos, ríos o embalses) fueron un 20 % menores que los registrados en el mismo periodo de 2014, debido a un descenso neto de las precipitaciones de un 10 %. La afluencia de más gente a zonas urbanas también ha repercutido en la demanda, especialmente en zonas densamente pobladas.
La AEMA estima que alrededor de un tercio del territorio de la UE está expuesto a condiciones de tensión hídrica, ya sea de forma permanente o temporal. Países como Grecia, Portugal y España han sufrido ya graves sequías durante los meses estivales, pero la escasez de agua también se está convirtiendo en un problema en regiones septentrionales, incluidas partes del Reino Unido y Alemania. Se considera que las zonas agrícolas de riego intensivo, las islas del sur de Europa de gran atractivo turístico y las grandes aglomeraciones urbanas son las zonas más afectadas por la tensión hídrica. Está previsto que la escasez de agua se vuelva más frecuente debido al cambio climático.
Sin embargo, las mejoras en la eficiencia de la gestión del agua y de su suministro han dado lugar a una disminución del nivel total de captación de agua cifrada en un 19 % desde 1990. En los estudios de caso recientes analizados en un informe breve de la AEMA (EEA Briefing) se observó que las políticas de la UE en materia de agua animan a los Estados miembros a aplicar unas mejores prácticas de gestión del agua, sobre todo en lo que respecta a las políticas de precios del agua combinadas con otras medidas como campañas de sensibilización pública que promueven la eficiencia hídrica mediante el uso de dispositivos de ahorro de agua.
Todos los sectores económicos consumen agua, aunque de formas y en cantidades diferentes ([1]). El acceso a un suministro de agua dulce suficiente es esencial para muchos sectores económicos clave y para las comunidades dependientes de sus actividades. Sin embargo, sigue siendo procedente formular la siguiente pregunta: ¿es sostenible la forma en que se usa el agua en la economía?
Las actividades económicas en Europa consumen un promedio de alrededor de 243 000 hectómetros cúbicos ([2]) de agua anualmente, de acuerdo con el índice de explotación del agua. Aunque la mayor parte de esta agua (más de 140 000 hectómetros cúbicos) se devuelve al medio ambiente, suele contener impurezas o contaminantes, incluidos productos químicos peligrosos.
El mayor consumo de agua corresponde a la agricultura: en torno al 40 % del agua total consumida anualmente en Europa. A pesar de la mejora de la eficiencia en el sector desde el decenio de 1990, la agricultura seguirá siendo el mayor consumidor a lo largo de los próximos años, lo que aumentará la tensión hídrica en Europa. Ello se debe a que cada vez es necesario regar una mayor superficie de tierras agrícolas, sobre todo en los países del sur de Europa.
Aunque únicamente en torno al 9 % de la superficie total de las tierras de cultivo europeas es de regadío, estas zonas siguen representando en torno al 50 % del consumo total de agua en Europa. En primavera, este porcentaje puede superar el 60 % para favorecer el crecimiento de los cultivos después de la plantación, sobre todo en el caso de frutas y hortalizas muy demandadas y de precio elevado, como las aceitunas o las naranjas, que requieren mucha agua para madurar. Está previsto que los costes aparejados al riego aumenten en los próximos años si se cumplen las predicciones de unas menores precipitaciones y de un periodo térmico de crecimiento más prolongado debido al cambio climático.
Sorprendentemente, la generación de energía también consume gran cantidad de agua y representa alrededor del 28 % de su consumo anual. El agua se utiliza principalmente como medio de enfriamiento en centrales nucleares y de combustibles fósiles. También se utiliza para generar hidroelectricidad. La minería y la industria manufacturera representan el 18 %, seguida del consumo doméstico, al que corresponde en torno al 12 %. Se suministra un promedio de 144 litros de agua por persona y día a los hogares europeos.
El sector con mayor consumo de agua difiere de una región a otra. En general, la agricultura es el mayor consumidor de agua en el sur de Europa, mientras que la refrigeración en la generación de energía ejerce la mayor presión sobre los recursos hídricos en Europa occidental y oriental. La industria manufacturera constituye el mayor consumidor del norte de Europa.
Todo este consumo del agua es bueno para la economía y, consiguientemente, para nuestra calidad de vida. Sin embargo, los recursos hídricos locales de una zona pueden tener que hacer frente a la demanda competitiva de diversos usuarios del agua, lo que puede dar lugar a que se ignoren las necesidades de agua del medio natural. La sobreexplotación de los recursos hídricos puede ser dañina para los animales y las plantas dependientes de ellos. También pueden producirse otras consecuencias en el medio ambiente.
En la mayoría de los casos, una vez que la industria, los hogares o la agricultura utilizan el agua extraída, las aguas residuales resultantes pueden causar contaminación a través de vertidos químicos, aguas residuales y escorrentías de nutrientes o plaguicidas procedentes de tierras de cultivo. En el caso de la generación de energía, el uso de agua para producir hidroelectricidad perjudica su ciclo natural en ríos y lagos, mientras que las presas y otras barreras físicas pueden impedir que los peces migren aguas arriba.
Del mismo modo, el agua utilizada con fines de refrigeración en centrales eléctricas suele estar más caliente que el agua del río o de los lagos cuando se libera al medio ambiente. Dependiendo de la diferencia de temperatura, el calor puede tener efectos adversos en las especies locales. Por ejemplo, puede actuar como barrera térmica que impida la migración de peces en ciertos cursos de agua.
A lo largo de los últimos 30 años, los Estados miembros de la UE han logrado importantes avances en la mejora de la calidad de las masas de agua dulce de Europa gracias a actos legislativos de la UE como la Directiva marco sobre el agua, la Directiva relativa a las aguas residuales urbanas y la Directiva relativa a la calidad de las aguas destinadas al consumo humano. Estos textos legislativos clave respaldan el compromiso de la UE con la mejora del estado del agua de Europa. El objetivo de las políticas de la UE consiste en reducir significativamente los efectos negativos de la contaminación, la captación excesiva y otras presiones sobre el agua y garantizar que se disponga de una cantidad suficiente de agua de buena calidad para el consumo humano y para el medio ambiente. El tratamiento de las aguas residuales y las reducciones del uso agrícola del nitrógeno y el fósforo han dado lugar, en concreto, a mejoras significativas de la calidad del agua a lo largo de los últimos decenios.
Uno de los logros tangibles ha consistido en la mejora sustancial de las aguas de baño europeas en las zonas de baño costeras e interiores a lo largo de los últimos cuarenta años. Más de 21 500 zonas de baño de toda la UE fueron objeto de seguimiento en 2017 y un 85 % de ellas cumplió las normas más rigurosas y obtuvo la calificación de «excelente». Gracias a las normas establecidas en la legislación de la UE sobre las aguas de baño y las aguas residuales, los Estados miembros de la UE han podido abordar el problema de la contaminación de las aguas de baño a través de los sistemas de alcantarillado o de la escorrentía de aguas procedentes de tierras de cultivo, que representan un riesgo para la salud humana y los ecosistemas acuáticos.
Hoy, a pesar de los avances logrados, el estado de salud medioambiental general de las numerosas masas de agua de Europa sigue siendo precario. La gran mayoría de los lagos, ríos, estuarios y aguas costeras de Europa tiene dificultades para lograr la calificación mínima de la UE de «buen» estado ecológico ([3]) a efectos de la Directiva marco del agua de la UE, de acuerdo con el reciente informe de la AEMA European waters — assessment of status and pressures 2018 (Aguas europeas: evaluación del estado y las presiones 2018).
Los esfuerzos europeos no se limitan a las aguas interiores y costeras. El uso sostenible del agua y los recursos marinos constituye el núcleo de las nuevas iniciativas de «economía azul» y «crecimiento azul» de la UE y las Naciones Unidas. La idea consiste en garantizar la viabilidad a largo plazo de la pesca o de actividades económicas como el transporte marítimo, el turismo costero o las actividades extractivas en el fondo marino, al tiempo que se garantiza que la perturbación de los ecosistemas en lo que atañe a contaminación o residuos se reduzca a un mínimo. Solo en Europa, la economía azul ha generado ya cinco millones de puestos de trabajo y aporta en torno a 550 000 millones de euros a la economía de la UE. La Comisión Europea ha pedido que se refuerce la gobernanza ([4]) al objeto de respaldar dichos planes económicos para mejorar la protección del medio marino.
El consumo de agua en la mayoría de los sectores económicos ha disminuido en Europa desde el decenio de 1990 gracias a las múltiples medidas adoptadas para mejorar la eficiencia, como la fijación de unos precios del agua más adecuados o las mejoras tecnológicas incorporadas a electrodomésticos y maquinaria.
Aun así, de acuerdo con el índice de explotación del agua de la AEMA, aquella seguirá siendo explotada por sectores como el de la agricultura y la energía, así como por los consumidores en los hogares, para satisfacer la demanda, que está previsto siga aumentando. El cambio climático seguirá ejerciendo una presión adicional sobre los recursos hídricos y se espera que aumente el riesgo de sequía en muchas regiones meridionales. Las tendencias demográficas también desempeñarán una función importante. La población europea ha aumentado en un 10 % a lo largo de las dos últimas décadas y está previsto que esta tendencia se mantenga. Asimismo, más personas se trasladarán a zonas urbanas, lo que también supondrá una mayor presión sobre el suministro urbano de agua.
Ciertos sectores, sobre todo el del turismo de masas, supondrán un aumento de la demanda de agua en ciertas regiones durante ciertos periodos concretos. Cada año, millones de personas visitan destinos de toda Europa, lo que representa alrededor del 9 % del consumo anual total de agua. La mayor parte de este consumo se atribuye a las actividades de alojamiento y los servicios ligados a la alimentación. Se prevé que el turismo incremente la presión sobre el suministro de agua, sobre todo en las pequeñas islas del Mediterráneo, muchas de las cuales reciben una enorme afluencia de visitantes en verano.
El dilema general es claro. Las personas, la naturaleza y la economía necesitan agua. Cuanta más extraemos de su fuente, más repercusiones tiene tal captación en la naturaleza. Además, en algunas regiones, y especialmente durante ciertos meses, sencillamente no hay suficiente agua. Se prevé que el cambio climático agrave aún más este déficit de agua. En vista de ello, habremos de usar el agua de manera mucho más eficiente. Además, ahorrar agua también nos ayudará a ahorrar otros recursos y a conservar la naturaleza.
([1]) Existen herramientas y métodos diversos, como la huella hídrica, para estimar la cantidad total de agua utilizada por productos y por países y personas.
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