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Los productos químicos peligrosos son sustancias que perjudican el medioambiente o la salud humana. Pueden ser de diversos tipos: desde sustancias ligeramente tóxicas hasta sustancias muy peligrosas, extremadamente tóxicas y muy persistentes. Sintético no siempre significa nocivo y natural no siempre significa inocuo.
Aunque no siempre es fácil relacionar una sustancia concreta con una enfermedad, sabemos que la exposición a las sustancias químicas peligrosas puede tener impactos en la salud, que van desde efectos en los sistemas reproductivos hasta enfermedades concretas como la diabetes. Las consecuencias para la naturaleza son igualmente preocupantes y pueden vincularse a la pérdida de biodiversidad.
Los reglamentos suelen buscar vínculos directos. Nuestro conocimiento sobre esos vínculos ha mejorado considerablemente. Gracias a la ciencia, los límites de exposición que hasta hace poco se consideraban seguros —por ejemplo, en el caso de los alteradores endocrinos como el bisfenol A y las sustancias químicas persistentes como las PFAS (sustancias perfluoroalquiladas y polifluoroalquiladas)— ya no se consideran seguros en la actualidad.
Depende de lo que se entienda por limpiar. En algunos casos la limpieza sería técnicamente posible hasta cierto punto (retirar los plásticos de los océanos, por ejemplo), pero sería muy costoso. En otros casos no es posible. Las PFAS se encuentran en las aguas subterráneas y no podemos remediar ni reponer todas las aguas subterráneas. Los bifenilos policlorados (PCB) se han acumulado en los sedimentos. Sacarlos de allí es igual de difícil y podría provocar males mayores.
El uso de sustancias químicas recicladas y peligrosas en nuevos productos provocaría daños continuos. Esas sustancias deben retirarse de la circulación para que dejen de representar un riesgo.
Hemos construido un sistema de producción que no distingue entre sustancias químicas tóxicas o benignas. Cuando empezamos a producir sustancias químicas sintéticas a gran escala no estaba regulado qué se podía y qué no se podía hacer, lo que llevó a producir los productos químicos más fáciles y baratos. No se tuvieron en cuenta los peligros ni los riesgos.
Hoy en día el sistema está establecido de tal manera que dependemos de esos productos químicos peligrosos. Y precisamente por eso tenemos que cambiar el sistema, para no necesitar ni depender de esos productos químicos nunca más. Debe incentivarse que no se produzcan los productos químicos peligrosos y que en su lugar se produzcan alternativas más seguras.
Lo que perseguimos es que los productos químicos sean lo menos nocivos posible, pero la inocuidad total puede que no sea factible en todos los casos. Las alternativas pueden ser seguras o más seguras. Por ejemplo, hay un agente espumante utilizado en las suelas de goma de las zapatillas deportivas que es muy tóxico. El bicarbonato de sodio – bicarbonato - es una alternativa segura.
Existen alternativas más seguras a muchas de las sustancias químicas que usamos hoy en día, pero no a todas ellas. Las alternativas más seguras no siempre son la opción preferida, aunque deberían serlo. Imagine a un fabricante que ha dedicado décadas a perfeccionar una línea de producción de una determinada sustancia química peligrosa. La implantación de la alternativa más segura es costosa al principio y requiere nuevos conocimientos. Esto eleva el listón para que los fabricantes cambien. También es una cuestión de escala. La producción a gran escala suele conllevar menores costes unitarios; en cambio, la alternativa requiere tiempo hasta poder aprovechar el efecto escala.
Hay muchas investigaciones en curso en los sectores público y privado. Las tecnologías disruptivas pueden introducir nuevos métodos de fabricación y nuevos productos capaces de cambiar por completo el mercado.
Pueden reciclarse cuando son puras, pero cuando se mezclan materiales incompatibles, como el plástico A y el plástico B, eso no se puede reciclar. Muchos artículos contienen distintos materiales, elegidos por sus diferentes características, como la dureza o la resistencia al calor. Por ejemplo, las alfombras pueden contener diferentes plásticos en su revestimiento superior, en la capa inferior y en el pegamento.
El diseño sostenible puede requerir que los materiales de la moqueta sean compatibles, pero el pegamento se elige en el momento de la instalación. El precio es el factor determinante en la mayoría de casos y no la compatibilidad a la hora de reciclar o la posibilidad de separar los distintos materiales.
Es indispensable que haya transparencia en toda la cadena de suministro. Un fabricante produce una sustancia, que luego se envía a un formulador, y después a una serie de actores. El producto final, que combina diversas sustancias químicas, acaba convirtiéndose en un ordenador, un sofá o un abrigo.
Esa información, actualmente inexistente, debería estar a disposición de los consumidores para que tengan la oportunidad de tomar decisiones informadas. Los compradores deberían saber si un abrigo contiene PFAS y que las PFAS permanecen en el medioambiente para siempre y causan una serie de problemas de salud; tal vez tengan acceso a una alternativa no tóxica, aunque sea ligeramente menos resistente al agua y cueste un poco más. Podemos saber lo que no contiene el producto, como las sartenes sin PFAS, pero no sabemos lo que sí contiene.
Además, los reguladores no deben tener miedo a tomar medidas valientes y rápidas. Los reglamentos y las decisiones de inversión deben tener en cuenta los efectos generales en la sociedad y el medioambiente. Los costes reales para la sociedad derivados de producir PFAS y la contaminación que provocan son mucho más elevados que el precio al que se venden los productos que contienen PFAS. Habida cuenta de sus efectos, debemos dejar de producir los más perjudiciales. El sistema regulador también debe tener en cuenta que algunas sustancias químicas muy tóxicas no pueden producirse en Europa, pero pueden importarse legalmente.
Además, al producir alternativas más seguras, la industria europea puede crear nuevos puestos de trabajo y prosperar, al tiempo que aborda las inquietudes relativas a la seguridad del suministro.
Sin duda, las inversiones desempeñan un papel importante. En los últimos años, en ChemSec hemos desarrollado herramientas para ayudar a los inversores a identificar las alternativas más seguras y sostenibles. No nos fijamos en los factores ambientales, sociales y de gobernanza (ASG) habituales de las empresas, sino en las sustancias químicas que se acaban produciendo. Muchas empresas con puntuaciones altas de ASG podrían estar produciendo sustancias químicas muy peligrosas y persistentes.
Examinamos toda la cartera de productos de una empresa, en particular las sustancias más peligrosas. Invertir en esas empresas podría considerarse arriesgado por las sustancias químicas que producen, ya que podrían estar sujetas a nuevos reglamentos, a la presión de los consumidores o incluso a litigios por vertidos tóxicos, por ejemplo.
La pregunta es: ¿invertirán los inversores en sustancias químicas como las PFAS cuando se tenga en cuenta su impacto total en la salud humana y el medioambiente?
Jerker Ligthart
Asesor principal en materia de sustancias químicas de ChemSec
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