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El agua, de ríos, lagos, humedales y mares, es el hogar de muchos animales y plantas y otras muchas especies dependen de ella. Para las personas, las masas de agua son fuente de salud, alimentos, ingresos económicos y energía, así como importantes vías de transporte y lugares de recreo.
A lo largo de siglos, los seres humanos han alterado las masas de agua europeas para cultivar alimentos, generar energía y protegerse de las inundaciones. Estas actividades han sido fundamentales para el desarrollo económico y social de Europa, pero también han perjudicado la calidad del agua y los hábitats naturales de los peces y otras especies acuáticas, sobre todo en los ríos. En muchos casos, por desgracia, el agua desempeña la tarea de transportar la contaminación que emitimos al aire, al suelo y a otras masas de agua y, en algunos casos, también es el destino final de nuestros residuos y productos químicos.
En resumen, hemos sido muy eficientes a la hora de recoger los beneficios que procura el agua, pero ello ha supuesto un coste para el medio natural y la economía. Numerosos ecosistemas y especies acuáticos están amenazados: muchas poblaciones de peces están en declive, llegan al mar demasiados o demasiado pocos sedimentos demasiados o muy poco sedimentos, aumenta la erosión costera, etc. Al final, todos estos cambios también tendrán repercusión en los servicios aparentemente gratuitos que las masas de agua prestan actualmente a las personas.
La contaminación, la captación excesiva y las alteraciones físicas —como las presas y el encauzamiento— siguen dañando las masas de agua dulce en toda Europa. Estas presiones tienen a menudo un efecto combinado en los ecosistemas acuáticos, contribuyen a la pérdida de biodiversidad y amenazan la continuidad de los beneficios que las personas obtienen del agua.
Según el reciente informe de la AEMA European waters — assessment of status and pressures 2018, únicamente el 39 % de las aguas superficiales alcanzan un buen estado ecológico o un nivel de calidad elevado. En general, los ríos y las aguas de transición que conducen a un medio marino (por ejemplo, los deltas) están en peor estado que los lagos y las aguas costeras. El estado ecológico de las masas de agua naturales es generalmente mejor que el de las masas de agua artificiales y fuertemente alteradas, como embalses, canales y puertos.
En cuanto a lo positivo, las aguas subterráneas de Europa, que en muchos países proporcionan entre el 80 y el 100 % del agua potable, suelen estar limpias, mientras que el 74 % de las zonas subterráneas presenta un buen estado químico.
Los principales problemas en las masas de agua superficiales son la excesiva contaminación por nutrientes producida por la agricultura, la contaminación química depositada desde la atmósfera y las alteraciones generadas que degradan o destruyen hábitats, sobre todo de peces.
La agricultura intensiva depende de fertilizantes sintéticos que aumentan el rendimiento de los cultivos. El funcionamiento de estos fertilizantes se basa en introducir nitrógeno y otros compuestos químicos en el suelo. El nitrógeno es un elemento químico abundante en la naturaleza y esencial para el crecimiento de las plantas. Sin embargo, parte del nitrógeno destinado a los cultivos no es absorbido por las plantas. Ello puede deberse a varias razones, como que la cantidad de fertilizante aplicado es mayor de lo que la planta puede absorber o que no se haya aplicado durante el periodo vegetativo de aquella. Este exceso de nitrógeno llega a las masas de agua.
Al igual que sucede en los cultivos terrestres, el exceso de nitrógeno en el agua impulsa el crecimiento de ciertas plantas acuáticas y algas en un proceso conocido como eutrofización. Este crecimiento adicional reduce el oxígeno en el agua en detrimento de otras especies que viven en la masa de agua de que se trate. Sin embargo, la agricultura no es la única fuente de nitrógeno que termina en el agua. Las instalaciones industriales o los vehículos que se propulsan con gasóleo también pueden liberar cantidades importantes de compuestos de nitrógeno a la atmósfera, que posteriormente se depositan en superficies terrestres y de agua.
Las emisiones al agua de metales pesados procedentes de la industria están disminuyendo rápidamente, según un reciente análisis efectuado por la AEMA de los datos del Registro Europeo de Emisiones y Transferencias de Contaminantes (E-PRTR). Dicho análisis determinó que las presiones medioambientales causadas por las emisiones industriales de ocho metales pesados principales ([1]) al agua se redujeron en un 34 % entre 2010 y 2016. Las actividades mineras representaron el 19 %, mientras que a la acuicultura intensiva le correspondió el 14 % de tales presiones. En la acuicultura intensiva, se produce el vertido al mar de cobre y cinc procedentes de las jaulas de pescado, en las que tales metales se utilizan para protegerlas de la corrosión y la proliferación de organismos marinos. Entre los efectos nocivos de los metales pesados pueden incluirse, por ejemplo, problemas de aprendizaje, comportamiento y fertilidad en animales y seres humanos.
Están surgiendo asimismo otras fuentes de contaminación. Por ejemplo, a lo largo de los últimos años, se ha detectado un aumento de la contaminación debida a la presencia de productos farmacéuticos, como antibióticos y antidepresivos, en el agua, la cual está alterando el desarrollo hormonal y el comportamiento de las especies acuáticas.
El grave estado de las masas de agua no ha mejorado a lo largo de la última década, a pesar de los esfuerzos de los Estados miembros de la UE, incluida la lucha contra las fuentes de contaminación, la restauración de hábitats naturales y la instalación de zonas de paso de peces para sortear presas. Dada la ingente cantidad de presas y embalses construidos en ríos europeos, la escala de las medidas adoptadas podría ser demasiado pequeña para que se logre una mejora significativa. También es posible que los efectos se demoren y que algunas de estas medidas den lugar a mejoras tangibles a largo plazo.
Un indicio positivo que ya podemos percibir es el claro avance logrado en el tratamiento de las aguas residuales urbanas y la reducción de las aguas residuales emitidas al medio ambiente.Las concentraciones de contaminantes vinculados al vertido de aguas residuales, como el amonio y el fosfato, en los ríos y lagos europeos han disminuido notablemente a lo largo de los últimos 25 años. Un indicador de la AEMA sobre el tratamiento de aguas residuales urbanas constata asimismo una mejora continua tanto en la cobertura como en la calidad del tratamiento en todas las regiones de Europa.
Junto a las dunas y los pastizales, los humedales son uno de los ecosistemas más amenazados en Europa. Los humedales, incluidos pantanos, turberas y tremedales, desempeñan una función crucial como punto de encuentro de hábitats acuáticos y terrestres. Una rica variedad de especies vive en los humedales y depende de ellos, que también depuran el agua, ofrecen protección contra inundaciones y sequías, proporcionan alimentos básicos clave como el arroz y protegen las zonas costeras contra la erosión.
Debido en gran medida al saneamiento de tierras, Europa perdió dos tercios de sus humedales entre 1900 y mediados del decenio de 1980. Hoy en día, los humedales representan únicamente alrededor de un 2 % del territorio de la UE y en torno al 5 % de la superficie total de la red Natura 2000. Aunque la mayoría de los tipos de hábitats de humedales están protegidos en la UE, las evaluaciones de su estado de conservación indican que el 85 % presenta un estado desfavorable, siendo, un 34 % deficiente y un 51 % malo.
Los mares europeos albergan una amplia variedad de organismos y ecosistemas marinos. También son una importante fuente de alimentos, materias primas y energía.
En el informe de la AEMA State of Europe’s seas (Estado de los mares de Europa) se constató que la biodiversidad marina de Europa se está deteriorando. De las especies y hábitats marinos evaluados entre 2007 y 2012, solo el 9 % de los hábitats y el 7 % de las especies obtuvieron una calificación de «estado de conservación favorable». Por otra parte, la biodiversidad marina sigue evaluándose de manera insuficiente, ya que en torno a cuatro de cada cinco evaluaciones sobre especies y hábitats con arreglo a la Directiva marco sobre la estrategia marina califican el estado correspondiente como «desconocido».
La sobrepesca, la contaminación química y el cambio climático se encuentran entre las principales razones del mal estado de los ecosistemas en los mares europeos. Una combinación de estas tres presiones ha dado lugar a cambios importantes en los cuatro mares regionales de Europa: el Mar Báltico, el Atlántico Nordeste, el Mar Mediterráneo y el Mar Negro. A menudo, las aguas limpias en las que antaño vivían variedad de peces y fauna diversa se han visto colonizadas por floraciones de algas y fitoplancton y por pequeños peces que comen plancton. Esta pérdida de biodiversidad afecta a todo el ecosistema marino y a los beneficios que este aporta.
Las especies exóticas invasoras, que se desplazan a los mares de Europa por efecto del cambio climático y del auge de las rutas de transporte marítimo, constituyen otra amenaza importante para la biodiversidad marina. A falta de sus depredadores naturales, las poblaciones de especies exóticas pueden propagarse rápidamente en detrimento de las especies locales y pueden causar daños irreversibles. Tal como sucede en el caso de la medusa, introducida en el Mar Negro por medio del agua de lastre de los buques, las especies exóticas invasoras pueden incluso causar el colapso de determinadas poblaciones de peces y las actividades económicas dependientes de dichas poblaciones.
Sin embargo, a pesar de estos grandes problemas, los ecosistemas marinos han demostrado poseer, hasta ahora, una gran capacidad de recuperación. Solo se sabe de la extinción de unas pocas especies marinas europeas y, por ejemplo, la sobrepesca de las poblaciones objeto de evaluación en el Atlántico Nordeste se redujo sustancialmente del 94 % en 2007 al 41 % en 2014. En algunas zonas, especies concretas como el atún rojo presentan síntomas de recuperación y ciertos ecosistemas están empezando a recuperarse del impacto de la eutrofización.
Del mismo modo, un porcentaje creciente de los mares europeos ha sido designado zona marina protegida a lo largo de los últimos años. De hecho, a finales de 2016, los Estados miembros de la UE habían incluido el 10,8 % de sus zonas marinas en una red de zonas marinas protegidas, lo que confirma que la UE ya ha alcanzado el objetivo del 10 % de cobertura para 2020 (meta de Aichi 11) acordado en virtud del Convenio sobre Diversidad Biológica de 2010.
A pesar de estas mejoras, el informe de la AEMA sobre el estado de los mares de Europa concluye que los ecosistemas marinos europeos conservan cierto grado de resiliencia y que, para que la recuperación de una vida marina saludable siga siendo posible habrán de emprenderse las intervenciones adecuadas. Sin embargo, tal proceso llevará décadas y solo podrá producirse si las presiones que actualmente amenazan a los animales y plantas marinos se reducen considerablemente.
El objetivo principal de la política en materia de aguas de la Unión Europea (UE) ha sido garantizar la disponibilidad de una cantidad suficiente de agua de buena calidad para satisfacer las necesidades de las personas y del medio ambiente. En este contexto, el elemento fundamental de la legislación de la UE, la Directiva marco sobre el agua, exigía a todos los Estados miembros de la UE que, en 2015, todas las masas de agua superficiales y subterráneas se hallaran en buen estado, salvo que hubiera motivos para la exención, tales como determinadas condiciones naturales o unos costes desproporcionados. Dependiendo del motivo, es posible que se hayan ampliado los plazos o permitido a los Estados miembros alcanzar unos objetivos menos estrictos.
El logro de un «buen estado» implica el cumplimiento de las tres normas relacionadas con el estado ecológico, el estado químico y el estado cuantitativo de las aguas. En general, significa que el agua solo presenta un ligero cambio respecto de lo que cabría esperar en condiciones no alteradas. Hasta ahora, los Estados miembros no han alcanzado este objetivo en la mayoría de sus aguas superficiales y subterráneas.
A través de sus Directivas sobre aves y hábitats (a menudo denominadas Directivas de protección de la naturaleza), la UE protege sus especies y hábitats más amenazados y todas las aves silvestres. En este contexto, se ha adoptado una serie de medidas, incluidas las referidas a la red Natura 2000 de zonas protegidas, para prevenir o minimizar posibles repercusiones en las especies y los hábitats amparados por estas directivas de la UE. Aunque la red marina Natura 2000 comprende un porcentaje importante de los mares europeos, no se ha completado aún en su totalidad y numerosos lugares que la integran carecen de medidas de conservación adecuadas.
Para lograr una mayor coherencia entre las políticas marinas y proteger el medio marino de manera más eficaz, los Estados miembros de la UE lograron en 2008 un acuerdo a propósito de la Directiva marco sobre la estrategia marina de la UE. La Directiva establece tres objetivos principales: Los mares de Europa deben ser 1) sanos, 2) limpios y 3) productivos. Según la evaluación de la AEMA, los mares de Europa no son sanos ni limpios y no está claro cuánto tiempo más podrán seguir siendo productivos.
Reconociendo esta situación, el Plan de acción para la naturaleza, las personas y la economía de la Comisión Europea, publicado en abril de 2017, pretende mejorar de manera significativa la aplicación de las Directivas de protección de la naturaleza y está previsto que las acciones emprendidas en el marco del Plan contribuyan directamente a fomentar las iniciativas de conservación marina.
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