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La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) ha publicado recientemente un mapa[i] que refleja que los primeros 30 cm del suelo del planeta contienen prácticamente el doble de carbono que el que existe en toda la atmósfera. Después de los océanos, el suelo es el segundo sumidero de carbono natural más grande, y sobrepasa la capacidad de los bosques y otra vegetación para capturar dióxido de carbono del aire. Estos hechos nos recuerdan la importancia de tener unos suelos sanos, no solo para la producción de alimentos, sino también para ayudarnos a impedir los peores efectos del cambio climático.
Los investigadores ya pueden percibir los efectos del cambio climático a escala mundial y en el suelo europeo. Por ejemplo, según el informe más reciente de la AEMA sobre el cambio climático, impactos y vulnerabilidad en Europa[ii], la humedad del suelo ha disminuido considerablemente en la región mediterránea y ha aumentado en partes del norte de Europa desde la década de 1950. El informe prevé efectos similares para las próximas décadas, a medida que el aumento de la temperatura media continúa y cambian los patrones de lluvia.
Los descensos continuos de la humedad del suelo pueden aumentar la necesidad de irrigación en la agricultura y provocar rendimientos más reducidos e incluso la desertificación, con posibles repercusiones drásticas sobre la producción de alimentos. Un total de 13 Estados miembros de la UE ha declarado estar afectado por la desertización. A pesar de reconocer este dato, un reciente informe[iii] del Tribunal de Cuentas Europeo concluyó que Europa no tiene una clara imagen de los retos asociados a la desertificación y la degradación de la tierra, y que las medidas adoptadas para combatir la desertificación carecen de coherencia.
Los cambios en las temperaturas estacionales también pueden modificar los ciclos anuales de plantas y animales, provocando rendimientos inferiores. Por ejemplo, la primavera puede llegar antes y los árboles pueden florecer antes de que sus polinizadores hayan nacido. Con la previsión del crecimiento de población, la producción de alimentos a escala mundial debe aumentar en lugar de reducirse. Esto depende en gran medida del mantenimiento de un suelo sano y de una gestión sostenible de las zonas agrícolas. Al mismo tiempo, existe una creciente demanda de biocombustibles y otros productos basados en plantas motivada por la necesidad urgente de sustituir los combustibles fósiles y de evitar las emisiones de gases de efecto invernadero.
El informe de la AEMA sobre los impactos y la vulnerabilidad también destaca otros impactos sobre el suelo asociados al cambio climático, entre los que se incluye la erosión, que puede acelerarse debido a acontecimientos climáticos extremos, como las lluvias intensas, la sequía, las olas de calor y las tormentas. Además de provocar la pérdida de zonas de tierra, el aumento del nivel del mar puede modificar el suelo en zonas costeras o traer contaminantes del mar, incluida la sal. En relación con el uso de la tierra, el cambio climático puede inutilizar o reducir la productividad de algunas zonas agrícolas, principalmente en el sur, al tiempo que posiblemente ofrezca nuevas posibilidades más al norte. En la silvicultura, el descenso de especies de árboles valiosas desde el punto de vista económico podría reducir el valor de los terrenos de bosque en Europa entre el 14 % y el 50 % para 2100. Un reciente informe de la AEMA[iv] sobre la adaptación al cambio climático y la agricultura destaca que los efectos generales del cambio climático podrían producir una pérdida significativa para el sector agrícola europeo: hasta un 16 % de pérdidas de ingresos agrícolas en la UE hasta 2050, con marcadas diferencias en función de la región.
Aun así, quizás la mayor preocupación en torno al clima vinculada al suelo sea el dióxido de carbono y el metano almacenados en el permafrost de las regiones boreales, principalmente en Siberia. A medida que aumenta la temperatura global, el permafrost se funde. Este deshielo provoca que el material orgánico atrapado en el suelo helado se desintegre, lo que puede generar la liberación de cantidades enormes de gases de efecto invernadero en la atmósfera, lo que a su vez puede derivar en la aceleración del calentamiento global más allá del control de las personas.
En abril de 2019, un grupo de científicos y activistas[v] muy influyentes instó a «defender, restaurar y restablecer los bosques, las turberas, los manglares, las marismas de sal, los lechos marinos naturales y otros ecosistemas esenciales» para dejar que la naturaleza extraiga el dióxido de carbono de la atmósfera y lo almacene. La restauración de los ecosistemas también apoyaría la biodiversidad y mejoraría una amplia gama de servicios de los ecosistemas, incluida la limpieza del aire y el agua y la provisión de espacios de recreo agradables para las personas.
Según un análisis de la información existente sobre las interrelaciones entre el suelo y el cambio climático (Informe Climsoil[vi]), el suelo de la UE almacena en torno a 75 000 millones de toneladas de carbono orgánico. Aproximadamente la mitad de estas reservas en el suelo se encuentran en Suecia, Finlandia y el Reino Unido, puesto que estos países tienen más suelos forestales que el resto de zonas, en particular suelos orgánicos húmedos como la turba. Para contextualizar estos datos, según las estimaciones más recientes de la AEMA[vii], las emisiones totales de CO2 de la UE en 2017 ascendieron a aproximadamente 4 500 millones de toneladas.
La cantidad de carbono orgánico almacenado en los suelos de la UE podría estar aumentando lentamente, pero las estimaciones sobre el ritmo de este cambio son muy inciertas. Para complicar más la situación, los depósitos de carbono orgánico también están cambiando constantemente, puesto que las plantas capturan el dióxido de carbono del aire antes de descomponerlo y liberar los gases otra vez en la atmósfera. Un informe[viii] del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) confirma que deben reducirse las emisiones de gases de efecto invernadero de todos los sectores, incluidos la tierra y los alimentos, a fin de lograr el objetivo de mantener el calentamiento global muy por debajo de 2 °C.
A pesar de las incertidumbres, restaurar los ecosistemas y mejorar la calidad del suelo podría ser una medida muy rentable en cuanto a la acción climática con un triple impacto. En primer lugar, las plantas en fase de crecimiento eliminan el dióxido de carbono de la atmósfera. Según la FAO[ix], restaurar los suelos que están actualmente degradados podría eliminar hasta 63 000 millones de toneladas de carbono, lo que compensaría un pequeño pero importante porcentaje de las emisiones de gases de efecto invernadero. En segundo lugar, los suelos sanos mantienen el carbono bajo tierra. En tercer lugar, muchas zonas naturales y seminaturales actúan como potentes defensas frente a los efectos del cambio climático.
Hay numerosos ejemplos de beneficios. Por ejemplo, los espacios cercanos a los ríos (zonas ribereñas) y los espacios verdes de las ciudades pueden actuar como una rentable protección frente a inundaciones y olas de calor. Una tierra y un suelo sanos pueden absorber y almacenar el exceso de agua y aliviar las inundaciones. Los parques y otras zonas naturales de las ciudades también pueden contribuir a refrescar el ambiente durante las olas de calor, en parte gracias al agua presente en su suelo. En las estaciones secas, los ecosistemas sanos pueden liberar lentamente el agua subterránea que almacenan, lo que mitiga las peores consecuencias de las sequías.
Existen diversos métodos para aumentar la capacidad de la tierra para capturar el dióxido de carbono del aire. Un reciente proyecto europeo de investigación (estudio Caprese[x]) concluyó que la conversión de tierras cultivables en pastos es el modo más rápido de aumentar la cantidad de carbono del suelo. En el caso de las tierras cultivables, el uso de cultivos de cobertura ―plantas como el clavo que se cultivan entre la cosecha de un cultivo y la siembra del siguiente principalmente para aumentar la fertilidad del suelo y evitar la erosión― era el modo más efectivo de aumentar los depósitos de carbono en el suelo.
Por el contrario, las decisiones relativas a un uso diferente de la tierra también pueden cambiar zonas, convirtiéndolas en fuentes de emisiones. Ejemplos notables de ello son el drenaje de turberas, la combustión de turba de pantanos para la calefacción y el arado de pastos y tierras de cultivo, que libera el carbono previamente almacenado. En el caso de los bosques, la dinámica es la misma, pero con un horizonte temporal distinto. Al igual que el suelo, los bosques son a la vez depósitos y cuencas de carbono, lo que implica que almacenan carbono y también lo capturan del aire. En muchos casos, los bosques jóvenes en proceso de crecimiento capturan el carbono de forma mucho más rápida que los bosques viejos, pero la tala de bosques antiguos elimina el depósito de carbono del bosque. Dependiendo del uso que se le dé a la madera, el carbono puede liberarse antes, como cuando la madera se quema para calentar, o mucho más tarde, cuando la madera se utiliza para construir casas, por ejemplo.
Los suelos y los ecosistemas terrestres más sanos podrían capturar y almacenar más dióxido de carbono de la atmósfera de lo que lo hacen actualmente. Los espacios verdes y las zonas naturales también podrían ayudar a las personas y a la naturaleza a adaptarse a los cambios inevitables de nuestro clima. El suelo por sí solo no puede solucionar el cambio climático, pero es un factor a tener en cuenta y podría ser un potente aliado en nuestros esfuerzos.
La estrategia temática de la UE para la protección del suelo y su informe de aplicación[xi] hacen hincapié en la importancia de un suelo sano para la mitigación y la adaptación al cambio climático. El Acuerdo de París[xii] subraya el papel esencial que desempeña el sector del uso de la tierra en la acción climática.
Tras ello, un nuevo Reglamento de la UE[xiii] sobre el uso y cambio de uso del suelo y la silvicultura exige que los Estados miembros, como mínimo, compensen íntegramente las emisiones de gases de efecto invernadero generadas por el uso de la tierra de 2021 a 2030.
La aplicación del nuevo Reglamento exige una presentación de informes y supervisión, que respaldará la AEMA. La AEMA también sigue desarrollando conocimientos sobre las cuestiones ambientales relacionadas con el uso de la tierra y la silvicultura y las prácticas de la gestión de la tierra asociadas, incluido el uso de datos de observación de la Tierra aportados por el servicio de vigilancia terrestre de Copernicus[xiv]. Muchas de las evaluaciones, los indicadores y los datos sobre el suelo, la tierra, los ecosistemas, la agricultura, la silvicultura, la infraestructura ecológica y otros temas de la AEMA también están estrechamente relacionados con el cambio climático.
Todavía hay mucho por averiguar pero, cuanto mejor comprendamos las dinámicas entre el suelo, la tierra y el clima, más posibilidades tendremos de diseñar y ejecutar soluciones sostenibles.
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