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La guerra en Ucrania, sus consecuencias para el suministro energético mundial y especialmente para la UE, y el empeoramiento de los efectos del cambio climático han copado los titulares de los periódicos de este año en todo el mundo. Hemos leído noticias sobre la volatilidad de los precios mundiales de la energía, la preocupación por la escasez de energía en invierno y las sequías históricas que afectan a la producción agrícola en un momento en que los precios de los alimentos ya estaban subiendo.
Estos problemas están interrelacionados. Si pudiéramos sustituir los combustibles fósiles por unas energías renovables suficientemente abundantes, reduciríamos los precios de la energía, recortaríamos las emisiones y mitigaríamos los riesgos futuros del cambio climático, incluidas las repercusiones en la producción de alimentos.
Los combustibles fósiles, como el petróleo, el gas y el carbón, están hechos de plantas descompuestas y residuos animales que se han ido transformando hasta sus formas actuales durante millones de años en la corteza terrestre y sus diversas capas. Los combustibles fósiles contienen energía química, que se libera junto con diversos contaminantes cuando se queman.
En comparación con la electricidad, que puede generarse a partir de fuentes renovables, como la energía solar y eólica, pero que es bastante difícil de almacenar, los combustibles fósiles son más fáciles de almacenar y transportar hasta los usuarios finales. La infraestructura y la tecnología energéticas desarrolladas desde la Revolución Industrial se han basado en gran medida en el uso de combustibles fósiles.
En los últimos años, las políticas de la UE han establecido objetivos ambiciosos para acelerar el cambio hacia una energía sostenible. Y han empezado a dar sus frutos, ya que una parte cada vez mayor de las necesidades energéticas de Europa se obtiene de fuentes de energía renovables.
En 2021, más del 22 % de la energía final bruta consumida en la UE procedió de energías renovables. Sin embargo, la proporción de energías renovables en el mix energético varía considerablemente en la UE: en Suecia es de alrededor del 60 %; en Dinamarca, Estonia, Finlandia y Letonia, de más del 40 %; y en Bélgica, Hungría, Irlanda, Luxemburgo, Malta y los Países Bajos, de entre el 10 % y el 15 %.
Según los datos de Eurostat, la energía eólica e hidráulica representaron conjuntamente más de dos tercios de la electricidad total generada a partir de fuentes renovables (36 % y 33 %, respectivamente) en la UE en 2020. El tercio restante procede de la energía solar (14 %), los biocombustibles sólidos (8 %) y otras fuentes renovables (8 %).
Fuente: Eurostat.
Las fuentes naturales —como la energía solar, eólica, mareomotriz y geotérmica— tienen el potencial de crear mucha más energía de la que el mundo necesita actualmente. Sin embargo, este potencial no coincide con lo que podemos obtener actualmente. Un reto consiste en instalar la capacidad suficiente para captar la energía de, por ejemplo, la luz solar o el viento y convertirla en un formato utilizable, como la electricidad. Otro desafío es poder transportar la energía a donde se necesita o almacenarla para su uso posterior.
El sistema energético del futuro debe ser resiliente y adaptable a los impactos inevitables del cambio climático, como las sequías, olas de calor y tormentas. A medida que aumenta la cuota de energía eólica y solar, el sistema también debe ser lo suficientemente flexible como para funcionar bien incluso en ausencia de viento o sol.
Un sistema energético flexible puede garantizar un suministro constante de energía y reducir los picos de demanda. Además de garantizar la diversidad de las fuentes de energía, el sistema puede mejorarse, por ejemplo, optimizando el almacenamiento de energía, con la integración inteligente de los sectores de la calefacción, el transporte y la industria o abordando los picos de demanda mediante la tarificación dinámica o redes y dispositivos inteligentes.
Fuente: Portal Clima y energía en la UE de la AEMA.
Muchos proyectos recientes en toda Europa están empezando a demostrar el enorme potencial de las energías renovables. En agosto de 2022, la empresa española Iberdrola activó en el oeste de España la mayor central solar de Europa con unos 1,5 millones de paneles solares y una capacidad de 590 megavatios, que producirá electricidad suficiente para abastecer a más de 330 000 hogares.
Los 49 aerogeneradores del parque eólico marino danés Horns Reef 3 tienen una capacidad total de 407 megavatios y se estima que satisfacen el consumo anual de electricidad de aproximadamente 425 000 hogares daneses.
Portugal está instalando el mayor parque de energía solar flotante de Europa en el embalse de Alqueva, que consta de 12 000 paneles. En abril, Grecia inauguró un parque de energía solar con paneles bifaciales de 204 megavatios, que puede recoger la luz a ambos lados.
El plan REPowerEU para acelerar la transición a las energías renovables y reducir la dependencia de los combustibles fósiles rusos tiene como objetivo impulsar estos proyectos. La Estrategia de Energía Solar de la UE se propone duplicar la capacidad de energía solar para 2025 y la Iniciativa Europea sobre Tejados Solares introduciría la obligación de instalar paneles solares en los edificios públicos y comerciales más grandes y gradualmente también en los edificios residenciales de nueva construcción. El proceso de obtención de permisos para los principales proyectos renovables también debería ser más ágil.
El reto de cambiar a fuentes de energía renovables no consiste solo en la capacidad de producción. Las centrales eléctricas deben conectarse a una red que pueda adaptarse a la creciente capacidad de producción y llevarla a los usuarios finales.
Para garantizar un suministro eléctrico fiable, promover la adopción de energías renovables y reducir los costes del transporte de la electricidad, algunas regiones han alentado, por ejemplo, a los propietarios de viviendas o a las empresas a convertirse en productores-consumidores —prosumidores—, que generan electricidad con paneles solares, consumen una parte de la misma y vierten el exceso de energía a la red.
Un informe de la AEMA de reciente publicación revela que los prosumidores europeos ya disponen de muchas oportunidades que pueden aportar beneficios para sus propios hogares, así como para la sociedad. Al invertir en la producción o el almacenamiento de energía, los prosumidores pueden ahorrar en sus propios costes energéticos, acelerar la transición energética de Europa y reducir las emisiones de efecto invernadero. Además, cabe esperar que estas oportunidades aumenten en los próximos años, con una tecnología mejor y más barata y con nuevas políticas que lo favorezcan.
Muchos proveedores de electricidad también han empezado a animar a los hogares a adaptar su consumo de energía a los niveles de producción. Esto es posible con una tarificación dinámica que depende del momento del día y varía de una hora a otra. En momentos de exceso de producción, los consumidores pueden obtener electricidad casi gratis, que se puede utilizar, por ejemplo, para cargar coches eléctricos.
La fabricación de más paneles solares o turbinas eólicas también plantea algunas preguntas difíciles: ¿podemos obtener una cantidad suficiente de los minerales utilizados en los paneles solares o las turbinas eólicas? ¿Dónde podemos instalar los parques eólicos? ¿Cómo afectan estas centrales eléctricas a la vida silvestre? ¿Y cómo garantizamos la disponibilidad de los recursos, como los minerales de tierras raras, utilizados en su producción?
El análisis de la AEMA ha demostrado que el crecimiento de las energías renovables ha atenuado muchas presiones mundiales sobre el medioambiente y el clima, y que las acciones específicas pueden ayudar a minimizar algunos efectos adversos, como la ecotoxicidad del agua dulce y la ocupación del suelo. Con un número creciente de proyectos renovables en marcha, será esencial evaluar las ventajas e inconvenientes para los hábitats y ecosistemas.
El Energy and Industry Geography Lab, desarrollado por el Centro Común de Investigación de la Comisión Europea, es una nueva herramienta para abordar algunas de estas cuestiones. El laboratorio puede emplearse para identificar las zonas más adecuadas para los proyectos eólicos y solares, por ejemplo, emplazamientos que eviten áreas protegidas o las rutas migratorias de las aves.
Para impulsar el suministro de electricidad limpia, hay que aumentar la capacidad de generación y realizar modificaciones en la infraestructura. Esto significa que haya una oferta más grande de paneles solares y turbinas eólicas, así como una red inteligente mejor conectada y, lo que resulta vital, unos usuarios inteligentes que presten atención a la eficiencia energética. Cualquier decisión que tomemos debe tener en cuenta estas consideraciones de sostenibilidad a largo plazo.
Europa necesita un cambio rápido y fundamental en sus sistemas de producción y consumo. Esta transición hacia la sostenibilidad afecta a las diferentes personas de distintas maneras. Por lo tanto, es fundamental garantizar una transición justa y que los más vulnerables no se queden atrás.
Un análisis de la AEMA ha puesto de relieve que los ciudadanos más vulnerables de Europa se ven afectados de manera desproporcionada por la contaminación atmosférica, el ruido y las temperaturas extremas. Según otro estudio de la AEMA sobre «resiliencia justa», los grupos vulnerables, como las personas mayores, los niños, los grupos con ingresos bajos y las personas con problemas de salud o discapacidades, son los más afectados por el cambio climático. Además, las respuestas de adaptación al clima pueden empeorar las desigualdades existentes o incluso crear otras nuevas.
Europa tiene que mejorar su eficiencia energética y reducir su dependencia de los combustibles fósiles. Sin embargo, no todos los europeos gozan de las mismas oportunidades para instalar bombas de calor, renovar sus hogares o comprar coches eléctricos nuevos. En las zonas rurales, el transporte público suele ser escaso. La pobreza energética puede acarrear no poder mantener una buena calefacción durante el invierno.
El estudio de la AEMA sobre «resiliencia justa» destaca que garantizar que los grupos más vulnerables no se queden atrás requiere medidas que los beneficien específicamente. Por ejemplo, se pueden invertir en espacios verdes en los lugares que más los necesitan durante las olas de calor o para la protección contra las inundaciones. Además, los más vulnerables no deberían verse desproporcionadamente afectados por los gastos y esfuerzos que impone la adaptación al cambio climático.
El «Mecanismo para una Transición Justa» de la UE tiene por objeto movilizar unos 55 000 millones de euros durante el periodo 2021-2027 en las regiones más afectadas para aliviar el impacto socioeconómico de la transición hacia la sostenibilidad descrita en el Pacto Verde Europeo.
La propuesta de un Fondo Social para el Clima de la UE tiene por objeto abordar las repercusiones sociales de la extensión del comercio de derechos de emisión a los sectores de la construcción y el transporte por carretera. El fondo proporcionaría asistencia directa a los hogares vulnerables, así como apoyo a las inversiones que reduzcan las emisiones en esos dos sectores.
Con el tiempo, la transición de Europa a la sostenibilidad también tiene que ver con la justicia intergeneracional, es decir, la equidad entre las generaciones actuales y futuras. Al mejorar las perspectivas a largo plazo para la economía, el medioambiente, el clima y la cohesión social de Europa, las acciones que se emprenden ahora pretenden crear un futuro mejor para las generaciones venideras. Esta responsabilidad intergeneracional es también un principio rector del Octavo Programa de Acción en materia de Medio Ambiente de la UE.
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