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Europa se ve afectada por el cambio climático y sus efectos no solo se perciben en la tierra. Las masas de agua europeas —lagos, ríos y océanos y mares del continente— también se ven afectadas. Dado que hay más agua que tierra sobre la superficie del planeta, no sorprende que el calentamiento de los océanos haya representado alrededor del 93 % del calentamiento del planeta desde el decenio de 1950. Este calentamiento se produce como consecuencia del aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero, sobre todo de dióxido de carbono, que a su vez atrapan cada vez más energía solar dentro de la atmósfera. La mayor parte de este calor atrapado se acaba almacenando en los océanos, lo que repercute en la temperatura y en la circulación del agua. Las temperaturas crecientes también están fundiendo las capas de hielo polares. A medida que se reduce la superficie total del hielo y la cubierta de nieve, va reduciéndose asimismo la cantidad de energía solar que se refleja al espacio, lo que hace que el planeta se caliente aún más. Ello, a su vez, hace que se incorpore más agua dulce a los océanos, lo que altera aún más las corrientes.
Las temperaturas superficiales del mar en las costas europeas están aumentando más rápidamente que las de los océanos mundiales. La temperatura del agua representa uno de los elementos reguladores de la vida marina más importantes, por lo que los aumentos de temperatura están causando ya grandes cambios bajo la superficie del agua, entre los que cabe incluir alteraciones significativas de la distribución de especies marinas, según el informe de la AEMA Climate change, impacts and vulnerability in Europe 2016 (Cambio climático, impactos y vulnerabilidad en Europa 2016). El bacalao, la caballa y el arenque del Mar del Norte, por ejemplo, están migrando desde sus hábitats históricos hacia el norte en busca de aguas más frías, siguiendo su fuente de alimento: los copépodos. Estos cambios, incluida la migración de poblaciones de peces de interés comercial, pueden afectar claramente a los sectores económicos y las comunidades que dependen de la pesca. El aumento de las temperaturas del agua también puede aumentar el riesgo de enfermedades transmitidas por el agua, como, por ejemplo, las infecciones por vibriosis en la región del Mar Báltico.
El cambio climático también está afectando a otros aspectos del agua de mar. Las noticias recientes sobre el drástico aumento de los niveles de decoloración de los arrecifes de coral, debido principalmente al incremento de las temperaturas en los océanos Pacífico e Índico, han llamado la atención sobre los efectos de las olas de calor oceánicas en los ecosistemas marinos locales. Incluso un pequeño cambio en cualquier aspecto clave, como la temperatura del agua y la salinidad o los niveles de oxígeno, puede tener efectos negativos en estos ecosistemas sensibles.
Por ejemplo, la vida marina en el Mar Báltico (un mar semicerrado) está estrechamente ligada a los niveles de salinidad y oxígeno. Más de 1 000 especies marinas viven en el Kattegatt, cuyos niveles de salinidad y oxígeno son relativamente altos, pero dicha cifra se reduce a únicamente 50 especies en las zonas septentrionales del Golfo de Botnia y en el Golfo de Finlandia, donde empiezan a predominar las especies de agua dulce. Numerosas proyecciones climáticas apuntan a que un mayor nivel de precipitaciones en la región del Mar Báltico podría conducir a una disminución de la salinidad del agua en zonas del Báltico, lo que tendría efectos en los lugares donde pueden vivir distintas especies.
El aumento de las temperaturas del agua debido al cambio climático en el Mar Báltico también está contribuyendo a la proliferación de las «zonas muertas», en las que se ha agotado el oxígeno, que resultan inhabitables para la vida marina. Se prevé que el mar Mediterráneo experimente un aumento de la temperatura y, asimismo, de la salinidad, provocado por una mayor evaporación y unas precipitaciones más escasas.
Se estima que los océanos, el mayor sumidero de carbono de nuestro planeta, han absorbido alrededor del 40 % de todo el dióxido de carbono emitido por los seres humanos desde la Revolución Industrial. En un estudio publicado en Nature se constató que los cambios en las pautas de circulación de los océanos afectan a la cantidad de dióxido de carbono que estos absorben. Cualquier reducción de la capacidad de los océanos para capturar dióxido de carbono de la atmósfera probablemente aumente su concentración global en aquella y, por tanto, contribuirá a intensificar el cambio climático.
La acidificación (debida a que los océanos absorben una mayor cantidad de dióxido de carbono y producen ácido carbónico) es también una amenaza creciente. Los mejillones, los corales y las ostras, que construyen conchas de carbonato de calcio, tienen más dificultades para construir sus conchas o materiales esqueléticos a medida que disminuye el pH del agua de mar, lo que los hace más frágiles y vulnerables. La acidificación también puede afectar a la fotosíntesis en plantas acuáticas.
Europa no es inmune. Se prevé que las aguas que rodean Europa experimenten una acidificación adicional a lo largo de los próximos años. Las reducciones observadas de los niveles de pH del agua son prácticamente idénticas en los océanos de todo el mundo y en los mares europeos. La reducción del pH de los mares más septentrionales de Europa, el Mar de Noruega y el Mar de Groenlandia es, en realidad, mayor que la media mundial.
El clima inusual y extremo suele ocupar titulares de portada y constituye un tema muy atractivo para los espectadores. De este modo, la combinación de agua y cambio climático es perfecta para los cineastas. En la película de ciencia ficción El día de mañana, de 2004, en la que Europa septentrional y América del Norte entraban en una nueva era glacial debido a la ralentización de la corriente del Golfo en el Océano Atlántico, se exponían a los espectadores cinematográficos los peligros del cambio climático. Una investigación reciente apunta a que, aunque tales extremos cataclísmicos sean improbables, el cambio climático está afectando efectivamente a la corriente del Golfo y a otras corrientes que forman parte de un complejo sistema de circulación de las aguas del Océano Atlántico al que se denomina formalmente circulación meridional de retorno del Atlántico (AMOC, por sus siglas en inglés). Otros estudios recientes demuestran que la circulación atlántica es la más débil de, al menos, los últimos 1 600 años, lo que apunta a un debilitamiento o a una desaceleración de la corriente.
La circulación atlántica funciona como una cinta transportadora que desplaza agua caliente desde el Golfo de México y la costa de Florida hasta el Atlántico Norte y Europa. En el norte, la corriente de agua cálida se enfría, se vuelve más densa, desciende a una mayor profundidad y regresa al sur más fría. La corriente actúa como un termostato que aporta calor a Europa occidental.
Según los estudios, el debilitamiento observado de la circulación atlántica ha dado lugar al enfriamiento de las temperaturas superficiales del mar en ciertas partes del Atlántico Norte. Ello se debe probablemente al aumento de la fusión de hielo de agua dulce en el Ártico y en Groenlandia y al efecto que el agua dulce derretida está teniendo en partes de lo que se conoce como el giro oceánico subpolar del Atlántico Norte, un elemento fundamental de la circulación atlántica. Las corrientes oceánicas se ven afectadas por la forma en que fluyen las corrientes de agua a diferentes profundidades, el lugar en que descienden, con qué rapidez y a qué profundidad descienden antes de elevarse a las capas superiores, etc.
Se ha prestado mucha atención a lo que parece ser un aumento de los fenómenos climáticos extremos en toda Europa. Desde el «vórtice polar» del invierno de 2017-2018 hasta la «Bestia del Este», que llevó vientos del Ártico inusualmente fríos a muchas partes de Europa, pasando por la ola de calor «Lucifer», del verano de 2017, los europeos tendrán que acostumbrarse a unas temperaturas extremas anormales en el futuro.
Un elemento clave del cambio climático es su repercusión en el ciclo del agua de la Tierra, por el que se distribuye de manera continua el agua de nuestros océanos por la atmósfera, la tierra y los ríos y lagos para regresar después a nuestros mares y océanos. El cambio climático está aumentando los niveles de vapor de agua en la atmósfera y está haciendo menos predecible la disponibilidad de agua. Ello puede dar lugar a tormentas más intensas en algunas zonas, mientras que otras regiones pueden padecer condiciones de sequía más acusada, especialmente durante los meses de verano.
Numerosas regiones de Europa padecen ya inundaciones y sequías más extremas, según el informe de la AEMA Climate change, impacts and vulnerability in Europe (Cambio climático, impactos y vulnerabilidad en Europa 2016). Los glaciares se están derritiendo, la cubierta de nieve y hielo se está reduciendo. Las pautas de precipitación están cambiando, volviéndose más húmedas las regiones europeas que ya lo son y más áridas las secas. Al mismo tiempo, los fenómenos extremos relacionados con el clima, como las olas de calor, las precipitaciones intensas y las sequías, son cada vez más frecuentes e intensas.
Se han padecido ya olas de calor más extremas en Europa meridional y sudoriental, regiones que, según las previsiones, serán un punto caliente del cambio climático. Aparte de sus efectos en la salud humana, el calor extremo ocasiona unos mayores índices de evaporación, lo que a menudo reduce aún más los recursos hídricos en zonas que ya padecen de escasez de agua. Durante el verano de 2017, en plena ola de calor «Lucifer», se registraron marcas históricas de temperatura muy superiores a 40 °C en las regiones meridionales de Europa, desde la Península Ibérica hasta los Balcanes y Turquía. El intenso calor causó numerosas víctimas mortales y unas condiciones de sequía que dañaron los cultivos y ocasionaron numerosos incendios. Varios incendios forestales mortíferos asolaron Portugal tras la ola de calor previa, que, unida a las condiciones de sequía persistente, había incrementado la vulnerabilidad de los bosques frente a los incendios.
El cambio climático también ha incrementado la temperatura media del agua de los ríos y lagos y ha acortado la duración de las estaciones durante las que está presente la cobertura de hielo. Estos cambios, junto al aumento de los caudales fluviales en invierno y su reducción en verano, tienen importantes repercusiones en la calidad del agua y en los ecosistemas de agua dulce. Algunos de los cambios desencadenados por el cambio climático agravan otras presiones sobre los hábitats acuáticos, incluida la contaminación. Por ejemplo, la reducción del caudal de un río debida a la disminución de las precipitaciones daría lugar a una mayor concentración de contaminantes, ya que hay menos agua para diluir la contaminación.
La atenuación del cambio climático (reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero) constituye el núcleo de las políticas de la UE en materia de cambio climático. Sin embargo, las experiencias y previsiones de más inundaciones y sequías, del aumento del nivel del mar y de otras condiciones climáticas extremas están impulsando cada vez más a los organismos públicos de la UE a adoptar medidas para adaptarse a las nuevas realidades climáticas. Consumir y desperdiciar menos agua es un elemento clave de estas estrategias de adaptación. Los países europeos cuentan con estrategias y planes de adaptación y han llevado a cabo evaluaciones de vulnerabilidad y riesgo que les ayudarán a gestionar los efectos del cambio climático.
Hay legislación específica de la UE que respalda tales evaluaciones de riesgos y vulnerabilidad. La Directiva relativa a la evaluación y gestión de los riesgos de inundación exige, en concreto, a los Estados miembros que identifiquen las zonas en riesgo de inundación en sus aguas interiores y sus costas, que tengan en cuenta los riesgos previstos relacionados con el cambio climático y que adopten medidas para reducirlos.
En las actuaciones de adaptación han predominado los proyectos de construcción, conocidos técnicamente como de «adaptación gris» debido al uso generalizado de estructuras de hormigón. Cabe referirse a la icónica ciudad de Venecia, conocida no solo por su patrimonio cultural sino, asimismo, por sus frecuentes inundaciones. Se prevé que el aumento del nivel del mar vinculado al cambio climático cause inundaciones aún más frecuentes en la ciudad. Por este motivo, Venecia ha emprendido un ambicioso proyecto de presupuesto cifrado en miles de millones de euros para la construcción de barreras submarinas que puedan elevarse en caso de que las mareas suban de manera excesiva. Sin embargo, es poco probable que el proyecto evite que las inundaciones aneguen lugares bajos como el que ocupa la Plaza de San Marcos.
Los Países Bajos también dependen desde hace siglos de la construcción de diques y barreras costeras para mantener el agua fuera. Sin embargo, después de haber observado las deficiencias de las estructuras fabricadas, las autoridades neerlandesas están combinando en la actualidad estructuras construidas con métodos naturales de contener los riesgos de inundación. Puesto que las autoridades cuentan con presupuestos cada vez más reducidos, en tanto las repercusiones del cambio climático está previsto que aumenten, crece el número de ciudades, regiones y países que recurren a soluciones más ecológicas y basadas en la naturaleza para ofrecer una respuesta más sostenible al cambio climático. Por ejemplo, al igual que los parques y bosques, las «zonas azules», como ríos y lagos, pueden tener un efecto refrigerante y ofrecer cierto alivio frente a las olas de calor, especialmente en las ciudades, que suelen ser incluso más cálidas que sus alrededores debido a su densa acumulación de hormigón. Las zonas azules y verdes de las ciudades también podrían capturar y almacenar parte del exceso de agua al producirse lluvias intensas e inundaciones, ayudando así a reducir los daños.
Cientos de ciudades y regiones y países enteros están tomando medidas para adaptarse al cambio climático y atenuarlo y están coordinándose a escala mundial para intercambiar buenas prácticas. Cada vez son más los que utilizan técnicas innovadoras para minimizar los daños causados por las inundaciones o sequías y, asimismo, valorizar el medio ambiente y la calidad de vida de las personas locales. Entre estas se incluyen la construcción de tejados verdes cubiertos de vegetación en Hamburgo y Basilea y de más parques verdes en Rótterdam, los cuales pueden servir como forma de captar el agua de las inundaciones y proporcionar refrigeración y aislamiento térmico.
Ciertas medidas de adaptación se dirigen al uso del agua en sectores específicos intensivos en su consumo, como la agricultura. Por ejemplo, en un esfuerzo por aliviar los efectos de las sequías, en una explotación situada en la región de Alentejo, al sur de Portugal, se han aplicado diversas técnicas de agricultura sostenible. Entre ellas se incluye la técnica de gestión del uso del suelo de la agrosilvicultura, que utiliza combina la plantación de árboles y arbustos con la diversificación de cultivos para mejorar la productividad de la tierra y su capacidad para soportar las condiciones de sequía. También se utiliza riego por goteo para reducir el consumo de agua y el pastoreo de animales de especies autóctonas en pastizales arbolados.
La mejor manera de avanzar es reconocer los efectos futuros y prepararse para darles respuesta a tiempo. Afortunadamente, existen múltiples medidas y enfoques innovadores que ya se han probado y aplicado en toda Europa. Este conocimiento, accesible a través del portal europeo de adaptación Climate-ADAPT, puede ser una fuente de inspiración para otras personas que se enfrentan a problemas similares.
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