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Tierra, barro, arcilla, suelo… le damos muchos nombres, pero pocos le hacen justicia. En el mundo virtual de hoy, muchos de nosotros hemos perdido —literalmente— el contacto con la tierra. Pero el suelo es la piel viva de la Tierra, que cubre el lecho rocoso subyacente y que hace posible la vida en el planeta. Como el aire y el agua, el suelo forma parte del sistema que sustenta la vida.
Nuestros ancestros tenían una relación mucho más estrecha con la tierra. Muchos la trabajaban cada día. Entonces como ahora, la tierra era un factor indispensable para garantizar la disponibilidad de alimentos. Lo que no se entendía antiguamente es la función crucial que desempeña el suelo en el cambio climático, como inmenso depósito natural de carbono.
El suelo retiene el doble de carbono orgánico que la vegetación. Los suelos de la UE contienen más de 70.000 millones de toneladas de carbono orgánico, lo que representa el 7 % del presupuesto de carbono mundial(8). En la Unión Europea, más de la mitad del carbono almacenado en la tierra se encuentra en las turberas de Finlandia, Irlanda, Suecia y el Reino Unido.
Esta cifra se pone en contexto cuando se piensa que los Estados miembros de la UE emiten 2.000 millones de toneladas anuales de carbono de todo origen. Por este motivo, el suelo desempeña un papel decisivo en el cambio climático. Incluso una mínima emisión del 0,1 % del carbono del suelo europeo a la atmósfera equivale a la suma de las emisiones de 100 millones de automóviles en la carretera, un incremento de cerca de la mitad del parque de automóviles que circulan actualmente en la Unión Europea.
El suelo es un recurso limitadoSupongamos que el planeta Tierra es una manzana(7) . Cortemos la manzana en cuartos y tiremos tres. El cuarto que queda representa la tierra firme. El 50 % de esa tierra firme son desiertos, tierras polares o montañas*, donde la temperatura es demasiado alta o demasiado baja y la altura excesiva para la agricultura y la ganadería. Cortemos el cuarto restante por la mitad. El 40 % de lo que queda es suelo demasiado rocoso, escarpado, bajo, pobre o húmedo para sustentar la producción de alimentos. Si cortamos esta parte, lo que nos queda es un trozo de manzana muy pequeño. Observemos por un momento su piel, que cubre y protege la superficie. Esta fina capa representa la cubierta superficial de la Tierra. Si la pelamos, nos haremos una idea de lo escasa que es la tierra fértil de la que dependemos para alimentar a toda nuestra población. Además, debe «competir» con edificios, carreteras y vertederos y, por si esto fuera poco, es vulnerable a la contaminación y a los efectos del cambio climático. A menudo, el suelo sale perdiendo. *Como se verá a continuación, buena parte de la tierra que no es adecuada para la producción de alimentos es importante como sumidero de CO2. |
La sustancia clave en la relación entre el suelo y el almacenamiento de carbono es la «materia orgánica del suelo» (MOS): la suma de la materia viva y muerta del suelo que incluye residuos vegetales y microorganismos. Se trata de un recurso precioso que desempeña funciones esenciales para el medio ambiente y para la economía, y puede hacerlo porque se trata de un ecosistema completo a escala microscópica.
La MOS es un importante factor de la fertilidad del suelo. Es el elixir de la vida, especialmente de la vida vegetal. Incorpora los nutrientes a la tierra, almacenándolos y poniéndolos a disposición de las plantas. Es el hogar de los organismos edáficos, desde bacterias hasta gusanos e insectos, a los cuales permite transformar los residuos vegetales y fijar los nutrientes que pueden ser absorbidos por las plantas y los cultivos. También mantiene la estructura del suelo, mejorando así la infiltración de agua, reduciendo la evaporación, aumentando la capacidad de retención de agua y evitando la compactación. Además, la materia orgánica del suelo acelera la degradación de los contaminantes y puede unirse a sus partículas, reduciendo así el riesgo de escorrentía.
¿Sabía que...? (9)
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Por medio de la fotosíntesis, todas las plantas en crecimiento absorben el CO2 de la atmósfera para formar su propia biomasa. Sin embargo, al tiempo que crece la planta por encima del suelo, bajo la superficie tiene lugar un crecimiento oculto de similar magnitud. Las raíces liberan constantemente varios compuestos orgánicos a la tierra, alimentando a la vida microbiana.
Con ello aumenta la actividad biológica del suelo y se estimula la degradación de la MOS, de manera que se liberan los nutrientes minerales que las plantas necesitan para crecer. El proceso también actúa en sentido contrario: parte del carbono es transferido a compuestos orgánicos estables que lo fijan y evitan que se libere a la atmósfera durante cientos de años.
Según la práctica de las explotaciones agrícolas, el tipo de suelo y las condiciones climáticas, el resultado neto de la actividad biológica puede ser positivo o negativo para la MOS. Si aumenta la MOS, se crea un sumidero de carbono atmosférico de larga duración (además de otros efectos positivos). Si se reduce la materia orgánica, se emite CO2 y nuestras prácticas de gestión contribuyen a aumentar las emisiones antropógenas totales.
Por lo tanto, el uso que hagamos de la tierra afecta en gran medida a lo que ésta hace con el carbono. Un aspecto crucial es que el suelo libera carbono cuando los pastizales, los bosques gestionados o los ecosistemas autóctonos se convierten en tierras de cultivo.
El proceso de «desertificación» —por el que un suelo sano y viable es privado de nutrición hasta el punto de que no puede sustentar la vida e incluso puede desaparecer— ilustra de forma dramática uno de los problemas que afectan a los suelos de Europa.
«Las condiciones naturales de aridez, variabilidad y torrencialidad de las lluvias, y la vulnerabilidad del suelo, junto con la larga historia de presiones humanas pasadas y presentes, hacen que grandes extensiones del sur de Europa se estén viendo afectadas por la desertificación», afirma José Luis Rubio, Presidente de la Sociedad Europea para la Conservación del Suelo y director de un centro de investigaciones edáficas gestionado por la Universidad de Valencia y el Ayuntamiento de Valencia.
En el sur, el centro y el este de Europa, el 8 % del territorio —unos 14 millones de hectáreas— presenta actualmente alta sensibilidad a la desertificación. Esta cifra asciende a 40 millones de hectáreas si se tiene en cuenta también la superficie de sensibilidad moderada. Los países europeos más afectados son España, Portugal, el sur de Francia, Grecia y el sur de Italia (10).
«La degradación gradual del suelo por la erosión, la pérdida de materia orgánica, la salinización o la destrucción de su estructura se suceden en una espiral que se transmite al resto de componentes del ecosistema —recursos hídricos, cubierta vegetal, fauna y microorganismos edáficos—, y el resultado final es un paisaje árido y desolado».
«A menudo es difícil para la gente comprender o siquiera ver las consecuencias de la desertificación, porque en general permanecen ocultas e inadvertidas. Sin embargo, su impacto ambiental sobre la producción agrícola, el incremento de los costes económicos de las inundaciones y los corrimientos de tierras, su impacto sobre la calidad biológica del paisaje, y su impacto general sobre la estabilidad del ecosistema terrestre, convierten a la desertificación en uno de los problemas ecológicos más graves de Europa», señala Rubio.
El suelo es un recurso natural clave y muy complejo, pero seguimos ignorando su valor. La legislación comunitaria no recoge todas las amenazas que se ciernen sobre este recurso y algunos Estados miembros carecen de legislación específica para su protección.
La Comisión Europea lleva muchos años formulando propuestas sobre una política edáfica. Sin embargo, varios Estados miembros las consideran controvertidas y esta política se ha estancado. En consecuencia, el suelo no está protegido del mismo modo que otros elementos cruciales, como el agua y el aire.
En perspectiva: las turberasLos ecosistemas de las turberas constituyen el depósito de carbono más eficiente de todos los ecosistemas terrestres. Las turberas sólo ocupan el 3 % de la superficie del planeta, pero contienen el 30 % de todo el carbono edáfico global. Esto convierte a las turberas en el depósito de carbono de larga duración más eficiente de la Tierra. Sin embargo, la intervención humana puede alterar fácilmente el equilibrio natural de producción y descomposición, convirtiendo las turberas en emisoras de carbono. Se calcula que las emisiones de CO2 generadas actualmente por el avenamiento de las turberas, los incendios y la explotación ascienden al menos a unos 3.000 millones de toneladas anuales, que equivalen a más del 10 % de las emisiones de combustibles fósiles del planeta. La gestión actual de las turberas es, en general, insostenible y tiene importantes efectos negativos para la biodiversidad y el clima(11). |
7. The Natural Resources Conservation Service, U.S. Department of Agriculture
8. European Commission: European Commission, 2008, ‘Review of existing information on the interrelations between soil and climate change’
9. http://ec.europa.eu/environment/pubs/pdf/factsheets/soil.pdf
10. Desertification Information System in the Mediterranean Basin (DISMED)
11. UNEP Report, 2011, Assessment on Peatlands, Biodiversity and Climate Change
For references, please go to https://eea.europa.eu./es/articles/el-suelo or scan the QR code.
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